La Segunda Cita

Autor: EVAGOM

Habían pasado unos días desde la cita con Emilio, sabía algo de él por los correos, pero me parecía que le sucedía algo. La experiencia, el masaje que le di, le resulto gratificante, pero como me dijo, parecía que se había quedado a medias, que deseaba algo más. Esbocé una leve sonrisa y pensé que era encantador, pero arcaico. Pensé que le daría su sitio a mi diosa vulva, pero siempre seguiría pensando con su dios falo.

Me escribió un correo y me propuso una segunda cita para poder vernos nuevamente, charlar de lo sucedido y contarnos cosas. Me agradaba y deseaba volver a verle. El masaje que le di me gustó mucho, disfruté mucho acariciando su cuerpo, pero Emilio era algo más, temía estar enganchándome, ya que no quería sufrir, pero era irremediable pensar en él, en sus palabras, en lo que había estado haciendo por mí; pero sobretodo, en esas ganas de aprender, en dejarse llevar y en confiar en mí. Era arcaico, en sexo, pero no tonto.

Volvimos a quedar en la misma cafetería, y esta vez, la que llegué tarde fui yo, cosa rara en mí, pero sucedió. Le dije que fue “un problema de aparcamiento” y él sonrió. Esta vez, pude fijarme más en su sonrisa, en sus labios, algo más gruesos de lo normal y mirar sus ojos, hundidos por las gafas, pero bonitos, expresivos. Decir que Emilio tiene una sonrisa preciosa, engancha.

Charlamos, nos reímos y todo un poco mejor que la vez anterior y me propuso ir a divernis. Me quedé algo perpleja ya que pensaba que iríamos a otro sitio, pero reconozco que divernis es un sitio que puede dar mucho juego. Puedes disfrutar mirando, participando; y también tienes la posibilidad de esconderte, aunque siempre habrá miradas, pero ya se sabe, sufre más el que ve que el que enseña.

En divernis, como la otra vez, igual, poco cambia. El ambiente conocido y quizás menos parejas que la otra vez, pero sí, noté un número mayor de chicos solos, de zombies. Las miradas no me desagradan, pero depende de cómo sean y ahí, muchas no son muy limpias.

Estuvimos en el spa, charlando y también fuimos a la piscina grande, donde nos apretamos algo más en una esquina y esta vez, Emilio, fue más directo que la última vez. No llegó a ir a saco, tampoco se lo habría permitido, pero sí que fue más incisivo, sin ser basto.

Pensé que se estaba vengando por lo anterior. Me relajé y pensé, hoy será a su manera, a la antigua usanza, estaremos empate a uno y qué pasará la próxima, me pregunté.

En la piscina, nos apretamos como decía antes, nuestras bocas se buscaban con ansia, nuestras lenguas jugueteaban, nuestros sexos se rozaban incluso Emilio, introducía su pene entre mis muslos. La excitación iba subiendo y las ganas de disfrutar eran proporcionales, la lujuria se apoderaba de nosotros. Las miradas de los zombies pasaban desapercibidas para nosotros.

En un momento, noté que Emilio hacia un gesto raro, y era porque a mis espaldas se acercaba alguien con la mano extendida para tocarme, a lo que Emilio, paró en seco. Le hizo un gesto con su mano firme, aquella mano que me asía por la espalda la otra vez y me daba seguridad.

Nunca he tenido miedo, ya soy mayorcita, pero al lado de Emilio y entre sus brazos, me sentía segura.

Esto hizo que Emilio moviera ficha y me cogió de la mano y me llevó a la misma sala, donde habíamos estado la otra vez.

Al entrar, cerró la puerta, puso las toallas sobre la camilla y me abrazó, me besó profundamente, me apretó contra él y sus manos estaban en la misma posición que la otra vez, una sobre mi nalga y la otra sobre un pecho.  Le notaba algo nervioso, pero no hice nada extraño que pudiera causar más nerviosismo en él, al contrario, sonreí y le dejaba hacer.

Me dijo que me tumbara boca abajo, que me iba a dar un masaje, que iba a hacerme disfrutar con sus manos y otras partes de su cuerpo. Le mire fijamente y sorprendida al tiempo, le dije:

  • ¿Sabes?
  • No, respondió él.

Su respuesta, me agradó por sincera, pero me preocupó por su inexperiencia. Temía que el masaje sería un sobeteo, un triste pasamanos.  La idea no me seducía mucho.

Le miré fijamente a los ojos, con extrañeza, pero al ver esos luceros verdes, pardos diría yo, y la ilusión que tenía, no pude más que tumbarme en la camilla, boca abajo, relajarme y tratar de disfrutar.

Tumbada ya, en la camilla y dispuesta al sacrificio, noté como vertía aceite sobre mi cuerpo, oía como se frotaba las manos, para calentarlas y empezó a masajear mis hombros, lentamente, jugando con mi clavícula, con mi base del cuello. Mis temores, se iban haciendo realidad, era un pasamanos vulgar y me resigné.

Subió a mi cabeza, y empezó a mover los dedos al compás, empezaron a bailar sobre mi cuero cabelludo al mismo ritmo. Iba de un extremo a otro, hundía las yemas de sus dedos y con fuerza me masajeaba el cráneo. Era rudo en movimientos, pero me gustaba, la idea me agradaba y por inesperada, me sedujo. Cerré mis ojos y notaba como sus dedos iban a la nuca, subían por las orejas y se enrollaban en mi pelo, dándome algunos tirones de vez en cuando. El también se dio cuenta de ello y fue suavizando esto último.

Poco a poco, fue cogiendo ritmo y la suavidad se fue adueñando de sus movimientos, la delicadeza se apoderó de él, y yo con los ojos cerrados, me estaba transportando a otro mundo, me estaba empezando a gustar, me dejaba llevar. En algunos movimientos suyos, me rozaba con su pene y eso me excitaba, pensé que aquello prometía.

En un momento, que no presionaba, que no notaba sus manos, aproveché para mirarle de reojo, pudiendo ver su pene erecto y creo que una cara de concentración tremenda.

Volví la cabeza a su sitio y noté nuevamente el aceite sobre la espalda. Sus  manos eran algo más suaves, más rápidas. Su masaje era inocente y su inexperiencia palpable, ya que el aceite se deslizaba hacia mis costillas y lo iba recogiendo y volviendo a depositarlo sobre mi espalda. Era un encanto, lo estaba intentando. El aceite cada vez se derramaba más y llegaba ya a rozar mis pechos, aprisionados por la camilla, pero él se afanaba en rebanar y reutilizarlo. Cuando rozaba mis pechos, sentía algo especial, casi deseaba que dejara mi espalda y me diera la vuelta. Quería ver su cara, su concentración. Mi estado era feliz, por el esfuerzo de él, por su dedicación y ganas de agradarme; y disfrutando levemente.

Una de esas veces, me incorporé un poco, para que pudiera meter bien su mano y recoger todo el aceite, me dio las gracias, pero su mano, grande, asió todo mi pecho, y decir que me gustó.

Sentía y tenía ganas de que me cogiera las tetas y jugara con ellas, deseaba darme la vuelta, pero él seguía a lo suyo.

Captura de pantalla 2018-09-03 a las 15.20.37.pngSus manos bajaron por mi espalda y las tenía cerca del culo y el aceite que antes recogía para mi espalda, ahora lo depositaba sobre mis nalgas, las acariciaba suavemente con movimientos circulares y me hace un pequeño gesto, para que abra mis piernas. Esto promete pienso yo, y empieza a deslizar sus manos entre mis muslos, pasándola por la vulva, tocando con fuerza mi vagina y jugando con mi ano, haciendo círculos con la punta del dedo índice (supongo yo que sería ese).

De repente, noto como Emilio se sube a la camilla, se pone entre mis piernas de rodillas, y empieza a recorrer con fuerza toda mi espalda, desde los hombros al culo, apretando mis nalgas con fuerza y empieza a jugar con sus dedos en mi vagina, lentamente, va metiendo los dedos para ir separando los labios, los acaricia, los repasa y marca con suavidad, al tiempo que con una mano, tiltea sobre mi clítoris y con la otra, empieza a introducirla en mi vagina, con suavidad.

Noto como se agacha, y con su lengua empieza a juguetear con mi ano, empieza a frotar con la lengua, mi esfínter, haciendo círculos con la lengua, para irse deslizando y meter su lengua en mi vagina, lamerla toda, húmeda por el aceite vertido y también por mis fluidos, por mis líquidos, que sin darme cuenta y pese a todo lo que estaba pensando, había ido mojando lentamente, me había ido empapando sin darme cuenta. La inexperiencia de Emilio me había llevado a irme corriendo lentamente y sin darme cuenta.

Ahora, que sentía su lengua en mi vagina, sus dedos sobre mi ano, introduciéndose lentamente, me daba cuenta de que estaba gozando, que me había puesto a cien y seguro que él tendría la polla dura como el acero, aquella polla que yo recordaba de la otra vez, y que abandonada a mi suerte, estaba deseando que me penetrara.

Emilio, siguió aferrado a lo suyo, lamiendo mi vagina lentamente, metiendo la punta de su lengua en ella y follándome con su lengua. La mueve con rapidez y los dedos de sus manos no dejan de tocar el interior de mis muslos, mi clítoris; da la sensación de que Emilio no sabe dónde atender, pero lo ésta tocando todo, no deja nada sin lamer, sin tiltear.

De repente noto que cesa, se tumba sobre mi espalda y puedo sentir su pecho, se acerca a mi cuello, me besa, lo recorre, me mordisquea los lóbulos de las orejas y noto como su pene está entre mis muslos, está rozando mi vagina y se mueve arriba y abajo, masturbándome, rozando mi clítoris. Me gusta, me encanta, estoy excitada y deseando darme la vuelta y comerle a besos, tirarme a su pene y engullirlo todo, pero no puedo, me tiene aprisionada contra la camilla, no me deja mover y su pene está rozando lentamente mi vagina y me está haciendo mojar como una perra.

De repente hace un alto, se acomoda y noto como su polla busca mi vagina húmeda. La encuentra rápidamente y me penetra suavemente, marca los movimientos de la penetración, sacándola e introduciéndola lentamente, para que pueda notar como entra en mi interior, como me va perforando con su astiz.

Se mueve con sigilo y me pide que lentamente me vaya girando en la camilla, a lo que voy haciendo sin sacar su pene de mi vagina y nos ponemos de lado. Estamos súper apretados y le digo que no se caiga a lo que me contesta que no que está bien agarrado, y se aferra a mis pechos, seguimos copulando pero ahora haciendo una cuchara. Me embiste por detrás, ahora con más fuerza, con menos miramientos, con rudeza a veces, pero me gusta, me encanta, y solo se oye el chasquido de su polla entrando, los jugos.

Poco a poco, sin darme cuenta, me está destrozando. Emilio ha sido capaz de calentarme con su masaje, que es mi estilo, y ahora me está rematando con el suyo.

Me vuelve a pedir que me gire y ahora hemos dado 180 grados y estoy encima de él, dándole la espalda. Me toca de amazona y me gusta llevar el ritmo. Me inclino ligeramente hacia delante, poniendo mis manos sobre los muslos de Emilio y empiezo a moverme, a introducirme todo su miembro. Estoy disfrutando como una loca, me encanta.

Él al tiempo mete una mano y toca mi clítoris, lo manosea, lo pellizca y con la otra, introduce su dedo gordo en mi ano. Yo sigo a lo mío, subiendo y bajando por el tobogán de su pene, de su delicioso pene y mis jadeos son cada vez más fuertes y continuos. Noto que llego al orgasmo y no sé muy bien qué hacer, si cortarme y relajarme al estilo tantra; o dejarme llevar por lo animal y correrme como una perra.

En ese instante la decisión la toma Emilio. Me incorpora, me dice que quieta y sacando su tesoro de mi cueva, me hace sentarme en la camilla, se baja de ella, se pone de pie, enfrente mío, me agarra por los muslos y yo me cuelgo de su cuello. De un golpe certero me embiste, me penetra fuertemente hasta los testículos y comienza a moverse rápidamente, al tiempo que me mira fijamente a los ojos, le miro y en ese instante, noto que va a eyacular, yo estoy también a punto y mis dudas vuelven a venir, seguirá o por el contrario hará algo inesperado. Sigue jadeando y yo, mojando como hacía tiempo que no mojaba.

Me mira fijamente, me coge la cara con sus manos y me dice, Helena Amor, no puedo más, necesito llenarte; a lo que yo, le miro, busco su boca, mi lengua entró en la suya y dejo caer mis manos hacia sus nalgas, le clavo las uñas, le apretó hacia mí y comenzamos a dar los últimos movimientos, los últimos espasmos, como posesos, para corrernos juntos.

Nuestra cara de felicidad es tremenda. Emilio me ha sorprendido, ha sido capaz de jugar a mi juego, de complacerme y de no ser primitivo.

Nos quedamos abrazados, nos miramos, nos tocamos los cabellos y no podemos articular palabra, el lenguaje de nuestras miradas es espectacular y lo dice todo.

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